Mención especial: Lentejas para los martes, de Andrea
Pedrero Porras
LENTEJAS PARA LOS MARTES
En
memoria de Nuria Ballesteros .
Decía un amigo mío que a pesar de
todo la vida sigue, que sumas dos más dos
y te das cuenta de que siempre te
va a dar cuatro, que al final el destino nos
conduce a todos a nuestro último
capítulo, aunque a veces, el destino se
pone en nuestro camino demasiado
pronto, y nos sorprende con un
inesperado y único final que pone
punto a cualquier coma. Pero a veces, la
vida no sigue, a veces sólo pasan
los días. Y al final de aquel día, lo supe bien.
Subía deprisa, la cremallera del
abrigo de Sara y después cogía la mano de
Paula y la sonreía tristemente.
-¿Por qué vamos tan pronto a ver
a mamá?
La pregunta que me temía. Sonreía
cuidadosamente. Cuatro y siete años.
Demasiado pequeñas. Demasiadas
piadosas mentiras tapando la oscura
realidad que las esperaba. No
podía ser verdad.
-Cariño, mamá necesita veros.
Y lo necesitaba, claro que lo
necesitaba, al menos verlas por última vez.
Necesitaba tener en sus últimos
segundos a dos de sus pilares
fundamentales, para escuchar y
decir todas esas cosas que no se dicen
cuando todavía se tiene a
alguien, esas cosas que se dan por hecho y a veces
no está mal recordar, porque al
final es en el momento que falta cuando te
das cuenta de lo que pierdes, y
de lo que esa persona se lleva consigo y deja
a medias.
Quedaban tan solo unos cuantos
metros para llegar. No podía evitar dejar
de temblar al ver las caras
inocentes de mis primas por el retrovisor. Aún no
sabían nada. Las habían
convencido de que se curaría, de que las próximas
navidades estarían juntas y
pasearían felices de su mano bajo las luces de
Madrid, que volvería a hacer
lentejas para comer los Martes, aunque Paula
las odiara, volverían a
levantarse tarde los Domingos y madrugar los Lunes.
Pero debe de ser que el cáncer no
entiende de personas ni de edades.
Agarré fuerte la mano de Paula,
tanto como si se nos fuese a caer el
mundo encima, y la llevé lo más
rápido que pude a la habitación. Estábamos
todos. Y allí estaba ella. Como
sumergida en un sueño que nadie más
entendía. Yacía sobre una cama
cualquiera para una princesa como ella.
Sonaba irónico despedir en tan
solo unos segundos a alguien que compartió
una vida a tu lado. No me salían
las palabras, pero las lágrimas se
adelantaron. Paula agarraba
fuerte la mano de su mamá para que nadie ni
nada se la arrebatase y la
prometía que se portaría mejor, que se comería
las lentejas que tanto odiaba
pero que tanto añoraría, que sería la mejor
para que pudiese sentirse
orgullosa de ella y la decía que la quería, que la
quería muchísimo y que la echaría
de menos, pero se acordaría de ella y se la
recordaría a su hermana, la
contaría como preparaba esos pasteles para los
domingos y como la arropaba en
las noches más frías, porque ella era
demasiado pequeña como para
entender algo y despedía a su mamá desde los
brazos de su padre sin comprender
que se despedía para siempre.
Después de un año de lo ocurrido,
Paula , se ha dado cuenta de que Madrid
no es tan bonito sin alguien con
quien compartir las navidades, que los
Domingos no eran lo mismo, ni los
madrugones de los lunes y a pesar de lo
mucho que odiaba las lentejas,
echa de menos los Martes sin ellas, y sin
ella.
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