SOLedad
Alejandro González Mañoso, de 1º E
Mire a dónde mire, solo veo un mar infinito de
arena, que se extiende mucho más de lo que me permiten ver mis ojos.
Estoy solo.
La verdad,
no sé porque estoy aquí. No recuerdo absolutamente nada. Solo que hace unas
horas me levanté, en medio de este infierno y que le único que he hecho desde
entonces, ha sido dar tumbos de un lado para otro, sin conseguir nada, salvo agotarme
y perder la esperanza.
Camino muy despacio tambaleándome como un hombre
ebrio. Tengo miedo a caer porque no sé si seré capaz de volver a levantarme y,
entonces, me quedaré allí para siempre, con el sol abrasándome hasta tal punto
que quede reducido a cenizas.
Por otra parte tengo mucha sed, la garganta me
arde, la tengo completamente seca, cada vez que abro la boca me raspa.
Continúo avanzando, cada vez más lentamente. Mis
pasos se vuelven cortos y más vacilantes… Mi esperanza de salir vivo, también
mengua.
Finalmente, caigo abatido al suelo. Empiezo a
rodar duna abajo, y mi cuerpo se llena de arena que se queda pegada por el
sudor. Cuando dejo de rodar, intento levantarme de nuevo, aunque caigo a los
pocos pasos. Lo vuelvo a intentar, sin resultado. Grito lo más fuerte que puedo,
aunque de mi boca solo sale un desesperado aullido.
Empiezo arrastrarme, raspándome el pecho. Avanzo
lentamente, pero avanzo. El calor se vuelve cada vez más insoportable. Otro
elemento se suma a la lista de factores que pretenden derribarme de una vez por
todas de la vida. No es: ni la sed, ni el cansancio, ni el calor. Si no el
hambre. Intento no prestar atención al continuo rugir de mis tripas, que me
piden a gritos que coma algo, pero aquí, no hay nada.
Finalmente el agotamiento vence a la lucha y me
quedo quieto a esperar a la muerte, deseoso de que todo acabe. Todo mejor que
esta tortura…
Mis párpados se cierran y pierdo la conciencia.
Unas horas después me despierto en el mismo sitio,
o al menos creo que estoy en el mismo lugar que antes, aunque no lo puedo decir
con certeza porque aquí todo es igual, solo arena. Ya no tengo el cuerpo húmedo
como antes, si no que ahora mi piel está seca y cuarteada. Está adoptando un
color negruzco como si se estuviese pudriendo. Mis labios están agrietados,
cierro y abro la boca varias veces para humedecerlos con mi escasa saliva.
Empiezo a verlo todo borroso, la arena adquiere un
tono demasiado brillante y rojizo, todo ello acompañado de un crepitar: Fuego. En
unos instantes, está por todas partes, rodeándome y solo dejándome una posible
salida. A pesar de que venga de ese lugar, a pesar de que sea rehacer el
camino, cualquier cosa es mejor que morir abrasado.
El fuego se propaga, y entonces siento como una enorme
y furiosa llamarada alcanza mi espalda, aunque por alguna razón muy extraña, no
me sorprende. A pesar de que no tengo fuerzas, empiezo a correr. Cuando estoy
ya un poco lejos, me tiro al suelo restregándome contra la arena, cosa que me
produce un dolor terrible, como si me estuvieran arrancando la piel poco a
poco. Es entonces cuando creo ver una sombra, no muy lejana. Me tambaleo hacia ella
y cuando estoy cerca, lo veo.
Se trata de un pequeño oasis, con unas enormes palmeras
y muchas más plantas que cubren la arena tiñéndola de verde. En el medio, hay
un pequeño lago. Posiblemente mi emoción y mi esperanza de supervivencia me
hacen verlo todo más grande y majestuoso. Salto al agua, que tiene un color
verdoso y está turbia. Me pongo a beber como un loco y a comer unos frutos
exóticos que encuentro al levantar unos matorrales. Las llamas ya han quedado atrás.
Suspiro aliviado, sintiéndome a salvo y protegido por la maleza. Me tumbo a
descansar, con ganas de gritar y celebrarlo. Aunque se me quita toda la emoción
de golpe, al ver una serpiente de color amarillento acercándose hacia mí.
Me levanto rápidamente, y cojo un palo largo, que
le lanzo. La serpiente abre su boca enseñándome sus colmillos. Corro aunque
tropiezo con una raíz gruesa. Mi rodilla adopta un ángulo imposible. Grito de
dolor y las lágrimas empiezan a surcar mi rostro. Me tapo la cara con las
manos. Y es entonces cuando dejo de oír ruido: ni el siseo de la serpiente, ni
el crepitar de las llamas a lo lejos… Este es el final.
De repente comienzo a oír una música de tambores
que resuena en mi cabeza, mientras que todo a mí alrededor se vuelve oscuro y
pixelado. Unas letras amarillas parpadeantes aparecen en mi mente:
<<GAME OVER; TU JUEGO HA TERMINADO>>.
Siento miedo. Y este es mi último sentimiento, antes
de despertar en otro lugar, en otro nivel.
Mi tortura solo acaba de comenzar.
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