TALENT SHOW
Patricia de la Encina García-3º D
La luna llena se alzaba sobre la
cúspide de su ciclo una cálida pero ventosa noche de agosto. El fantasma del
sueño abandonado de Casey recuperaba sus fuerzas en las entrañas del viejo
teatro, alimentándose del miedo que ella vivía en forma de náuseas. Mientras
luchaba por mantener el orden en su garganta, relajaba la temblorosa mano que
el señor Miller le asía con fuerza. La nacarada escalinata de mármol parecía
narrar anécdotas de anteriores celebridades que habían
subido sus peldaños, a la par que Casey seguía sus mismos pasos. Al vislumbrar
su camerino, el tenido por gran mago soltó su muñeca y desapareció tras el
umbral de una puerta color caoba, arrastrando a su paso un aura hostil con olor
a salitre. Casey cerró la puerta de su propia estancia, que crujió levemente, y
maldijo aquel silencio que la obligaba a apaciguar su airado corazón.
Tras varios minutos caminando en
círculos sobre las florituras de la raída alfombra, se resignó a aceptar que
entre sus pálidas manos el tiempo moría. Cambió su vestido de seda negra por
otro más largo y ceñido, con la espalda descubierta y del mismo azul índigo que
la entintada flor de hibisco pegada a la solapa de la chaqueta del mago.
Maquilló su rostro con vivas sombras azuladas y ahogó un doloroso sollozo al
contemplarse en el ornamentado espejo. Sin embargo, al escuchar a Miller aporreando
la quebradiza puerta, forzó un inexpresivo semblante y se dirigió hacia él con
paso adusto.
Según bajaban la escalinata de
mármol, Casey sentía un ambiente cada vez más frío, a pesar de los cálidos
aplausos de un público que ya disfrutaba con otros espectáculos. Al ocultarse
tras el telón, le invadió la solemne sensación de que nunca había habido una
espera y su despedida del mago sería presurosa.
Descubrió que aquel sentimiento
tan sólo era temor disfrazado cuando, con un aterciopelado ronroneo, las
cortinas doradas se distanciaron para abandonarla cara a cara con la expectante
audiencia. Miller el mago imitaba una torcida sonrisa tras su fino bigote
mientras imploraba a Casey con la mirada que saludara a su público.
La eternidad discurrió lentamente
en tanto que el mago realizaba sus trucos con doble fondo y ella agitaba los
brazos a su lado con admiración fingida. Y a pesar de saber que aquel momento
llegaría, se alarmó al oír aquella brusca voz anunciando el último truco.
Buscó con ansias alguna mirada en
el público que pudiera tranquilizarla. Como nadie acudió ante su súplica, tragó
saliva y caminó a horcajadas hacia un cajón decorado con estrellas azules como
su vestido y dividido en tres pequeñas puertas que se abrían para darla paso. Entró
en el cajón, empujada por Miller, y observó con miedo como él mismo cerraba las
puertas.
En un arrebato de orgullo, Casey decidió
calmarse. Respiró profundamente, esbozó una elegante sonrisa y abrió los ojos;
así cuando la puerta que correspondía con su rostro se abriese, aquellos desconocidos
no se alarmarían. Escuchó los lejanos aplausos y se concentró en el olor a
hibisco para intentar no sentir el dolor de la delgada espada que había
traspasado un hueco del cajón a la altura de su cintura y le desgarraba el
costado derecho.
El mismo movimiento se
repitió casi mecánicamente una vez tras otra, sin alterar el alegre rostro de Casey.
Tal vez delirando por el potente perfume de la flor, se preguntó por qué
decidió adentrarse en el ilusorio mundo de la magia. Un instante después, su
último aliento huyó de aquel cuerpo ahora inerte, dejando tras de sí unos ojos
color brea que ya no podían ver
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